lunes, 22 de abril de 2013

¿Cómo es perder el hambre?


"Voy a contarles de qué se trata perder algunos kilos y vitalidad para encontrar la verdad. En verdad, el hambre nunca se pierde. Siempre está ahí, agazapado, aunque por un rato no duela. Los que alguna vez jugamos con el hambre sabemos que no se pierde.

Ahora bien, ¿qué más perdemos cuando pensamos que perdemos el hambre?
Perdemos de vista lo importante: de pronto un par de  calorías nos parecen un desastre del que no sabemos cómo vamos a recuperarnos.

Perdemos la capacidad  de emoción, nos convertimos en autómatas.Contamos calorías, contamos días.

Perdemos también  la capacidad de disfrute: lo que antes era comida ahora son números. Así, una  manzana es ochenta,un postrecito es ciento veinte.


Viajamos a un lugar donde pocas cosas cuentan: las calorías; cuentan, la fuerza de voluntad, el dolor que hay que sentir para poder llegar a un equilibrio loco. Ese equilibrio cuesta. Cuando tenemos hambre —no hambre de “hace dos horas que no como nada”, hambre de  verdad— nos convertimos en las personas más frágiles y nos sentimos a la vez las más poderosas.

Sabemos que todos los demás sucumben, que el resto del mundo, vos no, Vos no necesitás comer. Sos casi superior. Casi perfecto. No hay certezas, sólo un espejismo: no necesitamos nada.

Sufrir por  hambre nos hace menos vulnerables a otros dolores: nos hace insensibles, nos hace fríos;¿A dónde queremos llegar? A no necesitar.A no pensar, a flotar. A caminar por la nieve sin dejar huellas. A dejar el cuerpo, a vivir en otro  nivel espiritual donde no necesitamos nada: ni personas, ni abrazos, ni besos, ni comida, ni calorías, ni  recibir ni demostrar amor. 

Es la no necesidad absoluta, la independencia de todo. “No necesito este cuerpo, lo voy a dejar morir”. Cuando luchamos tanto por perder el hambre sabemos que también vamos a perder otras cosas: las amistades, la familia, el contacto real con la gente que se preocupa por nosotros. Todas las tareas se vuelven trabajosas: caminar nos supone un esfuerzo desgarrador; dormir, un desafío. Perdemos el sueño.No es agradable, es doloroso. Perdemos la esperanza




¿Qué hay para mí? ¿Más dolor? Y ahí aparece el deseo, el único, el de dejar de vivir. ¿Cómo hago para no tirarme  a llorar todo el día si tengo hambre? ¿Cómo hago para soportar a la tía vieja que dice “me siento mal, hoy  no almorcé” cuando uno lleva más de once días sin ponerse nada en la boca? Voluntad férrea: una anoréxica todo lo puede. Todo.

¿Qué nos perdemos? El placer de  prender el horno y que se caliente la casa en invierno. El placer de llegar y sentir olorcito a recién cocinado, olorcito a torta, a budín, a tarta de choclo. Las sonrisas de las personas a quienes les regalamos lo que cocinamos. 

El día que me puse a cocinar me di cuenta de todo  lo que me estaba perdiendo y, sobre todo, me di cuenta de que me gusta mucho. Tuve que hacerme la pregunta:¿Por qué me gusta tanto cocinar, a mí, que me la  pasé luchando por no entrar en la cocina? Y encontré la respuesta: porque es algo que empieza y termina en el día. Porque por fin siento que estoy cumpliendo con una meta. Porque manteca, azúcar y huevos siempre te van a dar unas galletas deliciosas, sin importar tu humor, sin importar el clima. Porque es seguro.


Algunos un tiempo después descubrimos la razón por la que nos morimos de hambre. Tenemos tanto hambre de la verdad que la comida no nos satisface, y hasta que no  encontremos aquello que buscamos, vamos a desahuciarnos, a dejarnos morir, porque estamos habitando un cuerpo que no nos pertenece, un cuerpo que alguna vez fue ultrajado. ¿Quién dijo que la verdad nos hará libres? ¿Cuánta razón tenía? Toda. El día que lo supe me di cuenta de algo: mi cuerpo es mío. Es mi templo, es  todo lo que tengo, fue el nido de mi hija, es el nido de mi segunda. Es mío, me pertenece, nada que me haya hecho 
nadie puede quitármelo. 



Es con mi cuerpo que amo a mi hombre, a la persona que me cuida. Me dejo amar a través de él, me amo gracias a él, puedo abrazar, puedo besar, puedo ayudar. Es mío, no importa qué haya 
pasado en el pasado ni cuán tullido se encuentre. Me pertenece. Y ya no me muero de hambre.”



Cielo Latini 


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